viernes, 1 de febrero de 2008

Aquella noche que te conocí


La historia de un romance con la más linda de todas, la granate. El grito de una ciudad vestida para ser feliz...


Era de plástico. Rústica. Costosa de flamear. Pero la primera, creo. Me vistieron, me embanderaron para la foto, sin escapatoria. Año 76, de otra vuelta a Primera. Llegó después la de tela, con el más hermoso de los escudos que haya visto. Ese que mi primo me dibujó en el guardapolvos, gigante, para lucir en Córdoba, en el viaje de egresados. Flameaba más suave. Me la compraron mis viejos, en un puestito callejero frente a la Sede, en la previa a los festejos contra Comu. Fue ayer. Dejábamos la C. En el 81. Anoche me acosté con ellas. Anoche fue noche de recuerdos. Nos reencontramos en la esquina del sueño de todos. En Guidi y Arias, la de casa. No fui solo. Toda la ciudad me envalentonó después de la épica vuelta en la mítica y caliente Bombonera. Hacía mucho que te había declarado todo lo que por vos sentía. Te lo canté. Sentimiento de barrio, sincero, de luz tenue, sufrido como pocos. De Roca, de 9 de Julio. Y me perdí como un Romeo suburbano por cada uno de los rincones del Ascenso. Del Interior. De Sudamérica. Fui con mi camiseta de piqué, me senté en el escolar, en esas combis con aromas jamaiquinos, en un avión. Y volví a arrancar. Todo por vos. Por tenerte de nuevo. Si lo supieras...Eramos pocos aunque estábamos todos. Y entre tanta lágrima suelta, no sé si me animé a decirte que había vuelto. Con los chicos. Con los grandes. Yo sabía. Era ahora o nunca. No se nos podía escapar. Mi mamá había cambiado las sábanas a la mañana. Era fija. Y El Viejo Lobo de Mar me lo anunciaba desde aquel desgastado cassette con los goles a Riestra. El recorrido se hizo eterno. Pasé por la Primaria, en Escalada. Unico del palo entre tanto pingüino vecino. Los cargo. Me cargan. Les dejo mi folklórico respeto. Toco y me voy. Como estos pibes, vamos los pibes, de Ramón. En mi despedida, muy en el fondo de mi corazón (bien atrás), quiero que, a ellos, también se les dé. Para que sepan cómo se siente. Conocen bien la dureza del sábado. Mataderos, Casanova, Campana, los gases contra Racing de la mano de mi abuelo, las batallas con Talleres, El Porve, Los Andes. Raro ver cascotes más grandes. Imposible no seguirte a todas partes. O exigirle a mi papá que faltase al colegio para que me llevase a verte en una derrota segura. Pero había que estar. Como fuese. Recorriendo el país con el Nacional B. O América, con la bendita y envidiada Conmebol. ¿Dónde habré dejado el pasaporte? Por vos me perdí bautismos, casamientos, cumpleaños, curvas... Por eso gané tanto tablón y balas de goma. Por eso, por su cercanía, gocé tanto el Piedrabuena, Secundario ultragranate. Por eso enloquecí. Y sin dejar los libros, eh. Por algo acomodaba las materias de la facu para no privarme de tu pasión. Por eso, me llevaba los apuntes a la cancha, porque entre el viaje y el entretiempo, un repasito un día antes del parcial se bancaba... ¿O acaso no cortaba mis vacaciones para aplaudirte, con los suplentes, en Necochea por la Copa Libertad? ¿O acaso no me enfermaba para verte ganar otro clásico, amistoso, en Tandil, sólo por el honor? ¿O acaso, desde Europa, en plena madrugada, no dejaba euros en los teléfonos públicos para saber si habíamos zafado del descenso? Como si no me hubiese ido al Vaticano, con tus colores adheridos a mi piel, para rogarle a Dios que, cuando pudiese...Estás igual, eh. Con tus casi 93 añitos y todo. Lo sabés. Tu casaca granate me fascina. Hasta Diego la defiende. Aunque ya quedaste en cueros y pasaste por varios brazos. Pero me miraste fijo. Y me desataste el alma angustiada. Y te besé. Y te dije gracias. Gracias por hacerme arrancar de la lengua esa palabra contenida, por hacerme campeón. Por volver a dormir abrazado a mis banderas, a ese escudo maravilloso, a los recuerdos que vendrán. Por hacer feliz a toda una ciudad. Y gracias por demostrarle al fútbol, con el pecho bien caliente y sudado, con orgullosa identidad, con la bocha contra el piso, el cuore en la boca y tanta lágrima derramada, quién es el único y verdadero Capo del Sur.


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