
Así se despidieron, bandera en mano, desde la tercera bandeja de la Bombonera, más de 3.000 granates. Unos cuantos más, callados, se infiltraron entre Xeneizes...
Ya no huele a orina en esa escalera hedionda. Todo es Chanel número 5 en la bajada más triunfal de la historia granate. En la catarsis más gloriosa de todos los tiempos. Cuando cantar y llorar se confundían, apiñadas, en cada metro cuadrado, allá arriba. Ya no había palabras que guardar debajo del velo de la mufa. Campeón, término complejo y exclusivo si los hay, salía fácil después de casi 93 años de práctica.Desde el tercer anillo de la Bombonera se lograba contemplar bien chiquito ese logro enorme. Pezzotta se apiadó de ese montón de corazones sangrantes, morados, granates, le pidió la bocha a Bossio, evitó un lentísimo saque de abajo en el cuarto minuto de descuento y, a las 19.11 del domingo 2 de diciembre de 2007, ahora de manera oficial, sin fantasmas, con envidiosos enterrándose un par de estaciones más al Sur, le daba definitivamente el OK a ese himno de barrio, contenido, tan esperado como estas Navidades que se acaban de adelantar por Ramón & Cía."Sí, sí, señores/ yo soy Granate/ sí, sí, señores, de corazón/ porque este año, de Lanús Este, de Lanús Este/ salió el nuevo campeón...", retumbaba en los laberínticos pasillos boquenses. Sí, desde la tercera bandeja al mundo. Y, como quien no quiere la cosa, un poco más allá también...El Grana rompió mitos, quebró fronteras.
Y no sólo por los miles de fanáticos que se clavaron virtualmente, vía Internet, vía satélite, en Brandsen 805. Mucho más cerquita. Los hinchas lograron lo que el Prosef porteño negó. Meterse en La Boca, de cualquier modo, para ser testigos de un sueño. Y todo valía por Lanús. Sobre la última tira de la popu que da al Riachuelo, los pibes se soltaron de a poquito. ¿2.860 tickets vendidos? Je. Esa tribuna explotaba. También sus adyacencias... Tempranito, tipo 10, de kerusa, unos cuantos se dieron una vueltita por Casa Amarilla para comprar plateas de 60 mangos a 250. ¿Populares? Más barato, 14 pesitos, más riesgos también. Pero... A nadie le importaba nada. Los pibes de la Reserva se paseaban del palco de prensa a la tribuna. Los plateístas a la fuerza esquivaban policías, superaban la reja y cambiaban su silencio por un grito desaforado. Un show de obligadas restricciones que, al final, dejó de lado al careteo. Nadie se quiere ir en plena entrega de medallas. Todos quieren fotografiarse con la Copa. Dar la vuelta. Hasta que salta la ficha y la cita se traslada hacia Guidi y Arias. Se van todos. Por esa vieja escalera que huele a Chanel. Bah, casi todos. A lo lejos, entre Xeneizes que refunfuñan, un padre llora como loco junto a su hijo. Ya no tenía anteojos de sol. No hacían falta.
Y no sólo por los miles de fanáticos que se clavaron virtualmente, vía Internet, vía satélite, en Brandsen 805. Mucho más cerquita. Los hinchas lograron lo que el Prosef porteño negó. Meterse en La Boca, de cualquier modo, para ser testigos de un sueño. Y todo valía por Lanús. Sobre la última tira de la popu que da al Riachuelo, los pibes se soltaron de a poquito. ¿2.860 tickets vendidos? Je. Esa tribuna explotaba. También sus adyacencias... Tempranito, tipo 10, de kerusa, unos cuantos se dieron una vueltita por Casa Amarilla para comprar plateas de 60 mangos a 250. ¿Populares? Más barato, 14 pesitos, más riesgos también. Pero... A nadie le importaba nada. Los pibes de la Reserva se paseaban del palco de prensa a la tribuna. Los plateístas a la fuerza esquivaban policías, superaban la reja y cambiaban su silencio por un grito desaforado. Un show de obligadas restricciones que, al final, dejó de lado al careteo. Nadie se quiere ir en plena entrega de medallas. Todos quieren fotografiarse con la Copa. Dar la vuelta. Hasta que salta la ficha y la cita se traslada hacia Guidi y Arias. Se van todos. Por esa vieja escalera que huele a Chanel. Bah, casi todos. A lo lejos, entre Xeneizes que refunfuñan, un padre llora como loco junto a su hijo. Ya no tenía anteojos de sol. No hacían falta.
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